domingo, 8 de febrero de 2009

A mi Abuelo

Relatos de un gran señor, para Oriol con devoción
Siempre escuché decir que la grandeza de los pueblos se refleja en la fuerza de sus hombres al trabajo y al esfuerzo de ellos, sus habitantes, quienes siembran, cosechan, enseñan, sanan y organizan su pueblo poniendo así en alto el nombre de su tierra.

Permítame amigo lector contarles una historia, relatarles un momento de mi vida, hoy tengo la oportunidad de demostrar que el amor, el sentimiento por lo nuestro, el gusto por bailar un huainito, la fé en el santo patrón y hasta disfrutar de un tradicional “papachupe” por las mañanas se transmite de padres a hijos, de estos a nietos y somos nosotros quienes debemos de continuar la costumbre y transmitir el amor por lo nuestro, por tu pueblo, por CORONGO.

Soy limeña y como es costumbre vivía corriendo de la universidad al trabajo, las reuniones sociales, el gimnasio y todas esas actividades a las que estamos acostumbrados aquí en esta “bella” Lima, la idea de bailar un huainito o pronunciar la palabra paisano , jamás.- Un dejo heredado de mi padre no lo podía tolerar en mí. Recuerdo haber ido de mala gana a la iglesia San Lázaro para la misa de San Pedro los 29 de junio; pero aunque me avergüence contarlo esa era yo, y estoy segura que así como yo muchos nietos de coronguinos, huarasinos, cajamarquinos o ayacuchanos, etc., esconden, se avergüenzan o lo que es peor ignoran la tradición de su tierra.

Me he dado cuenta que el amor por tus seres queridos puede cambiar tus sentimientos y tus actos, que sus palabras e historias contadas con orgullo y devoción pueden llevarte a hacerlas parte de tus vivencias, el compartir con ellos un plato de sopa de papas –papachupe- por las mañanas, cuando estabas acostumbrada a tomar una taza de café con tostada Light, o sentarte por las tardes a tomar el fresco viendo a los campesinos pasear su rebaño, te hace sentir que esos momentos serán inolvidables.

Siempre sentí un gran cariño y admiración por mi abuelo paterno a pesar de no haber vivido con el, pues la costumbre, el amor por su Corongo lo mantuvieron alejado de sus nietos, si bien es cierto venía a Lima por temporadas sólo lo hacia para visitarnos y para tratarse su mal de “gota” y la “artritis” que lo acompañaban desde sus 30 años.
Quien conoció a mi abuelo en sus buenas épocas, como él decía, se sorprenderían al ver como esa despiadada enfermedad se ensaño con mi abuelito Oriol, impidiéndole muchas veces ponerse en pie mientras sus manos se deformaban, fue una de esas las razones por las que me animé luego de 2 décadas a viajar a Corongo. Cada vez que escuchaba a mi abuelo hablar de su pueblo, sus amigos y familiares que allí quedaron, sus tierras y animales, el caserón en San Cristóbal, me llevaron una tarde del 15 de agosto cuando celebraba su cumpleaños, a decirle ¡abuelito te acompaño a Corongo!

Fue para la fiesta de la Cruz que decidimos hacer el viaje en el mes de setiembre, cuando el intenso frió de junio se desvanece, las 17 horas de viaje y los problemas técnicos del autobús se disiparon con los relatos divertidos de Oriol, hasta podría decir que cada curva de esa cordillera empinada tenia una historia y no lo dudo pues mi abuelo “friol” como lo solían llamar sus sobrinos, conocía Corongo y sus distritos como la palma de su mano, ello se debía quizás a su incansable labor por mas de 30 años como secretario del subprefecto de Corongo, fue así como se interesó por aprender de manera autodidacta todo sobre el Derecho y la Ley , el respeto por los derechos de su pueblo, la justicia y la igualdad entre sus paisanos eran su prioridad. Su forma de conducirse, su calidez humana, su desprendimiento, la ayuda que podía brindar a sus familiares amigos o conocidos, lo hizo un ciudadano honorable y muy querido.
Eso era fácil de notar pues al llegar a esa gran cúspide que es corongo, al promediar las 4 de la mañana ya había gente esperando a mi abuelo para ayudarle con sus maletas y llevarnos a la casa de san Cristóbal, esa linda casa hacienda, donde a mis 5 años correteaba por el patio en círculos rodeando la silla de Oriol mientras él recibía los rayos de sol que venían directo a sus piernas, seguramente era el único remedio natural capaz de aliviar sus dolores.

Antes no comprendía por qué viajaban tanto mis tíos a Corongo, qué tenía ese lugar de maravilloso, los pocos recuerdos que tenia de esa tierra no me permitían comprender sus afanes por viajar. Ahora ya lo entendí.

Corongo es uno de los pocos lugares de nuestro Perú que mantiene aún su atractivo natural, su despejado cielo y los débiles rayos de sol te despiertan al amanecer mientras que el frió de la noche hace lo suyo reuniendo a la familia saboreando un vaso de leche caliente, mientras conversan por horas. Aún me parece oler a leña quemada cuando la tía Zoila preparaba el desayuno o el olor al adereso del cuy sabroso en el almuerzo.

Largas horas de caminata por las tardes con Oriol, me hicieron conocer lugares de gran significado sentimental, el barrio de Malambo, amplias calles empedradas en pendiente donde solía correr mi padre, el cementerio, el mirador de San Cristóbal, cruzar saltando piedra a piedra el río y aún no salgo del asombro de la integridad y fortaleza del famoso puente Calicanto intacto a pesar de los años.
Todo este recorrido acompañado de curiosas historias, recuerdos que enseñan, pues Oriol no solía sólo recordar, mi abuelito revivía esos momentos y los ilustraba cual enciclopedia, el mejor libro que viví y leí en mi vida.

Un pueblo rico en su tierra y en su gente cuya calidez asombra, haciéndote recordar con pesar la indiferencia y frialdad de los limeños. Mi abuelo me decía que le agradaba recibir el saludo casi virreynal que le hacían sus paisanos y que entre ellos se hacían cuando se encontraban en las calles. De seguro le parecía divertido cuan tamaña reverencia, o de repente ya estaba acostumbrado a caminar por las calles con una sonrisa de “Buenas paisano”.-

En Corongo como en todo pueblo de la sierra no “existen” las horas, el tiempo pasa lento para permitirte hacer todo lo que planees en el día, el atardecer es eterno y la noche parece ser infinita, fue una noche de esas luego de la misa a la Santa Cruz y con un castillo de luces de fondo, que mi abuelito me narró las mas bellas historias, su vida de niño en Allaucan, su amor y devoción por esas tierras que heredó de su madre Doña Juana Garay Izaguirre, su lealtad hacia los demás, sus paseos con su hermano Abad a quien prácticamente crió cuando sus padres fallecieron. Noté en sus palabras el orgullo y la satisfacción de haber hecho lo debido y lo querido. Me contó de mi padre y de cómo por circunstancias de la vida no podía vivir con él. Sentí su nostalgia al recordar sus tierras deterioradas ya sin su presencia y su impotencia por no poder ya cuidar de ellas.

Comprendí entonces que esa lejana tierra que recibe día a día la imponente mirada del champará y que la hermandad de sus habitantes se debe a la geografía de sus distritos unidos por caminos cortos de fácil acceso, es más que un pueblo, para mi abuelo era su vida, su grandeza y fortaleza estaban en esa calida plaza, en la iglesia San Pedro, en el teatro municipal, en su danza, sus Pallas, sus Panatahuas, sus baños medicinales de Pakacqui y Aticara, por donde el pació, disfrutó y añoró tanto.

Ahora Oriol ya no está entre nosotros, pero dejó en mí y en su familia el mejor tesoro, la mejor herencia, la enseñanza de amar lo nuestro, de sentirte “Paisano” y estar orgulloso de ser “serrano” de esa sierra imperioso de ese pueblo en el Callejón de Conchucos y de sus distritos cómplices de una región sin igual, Corongo un lugar cuyos habitantes tocan a menudo con sus manos las estrellas.

Gracias Oriol Gonzáles por acompañarme y enseñarme esta tierra, por tomarme de la mano para bajar del ómnibus, por endulzar mi taza de leche, por sujetarme del brazo cuando subíamos por la vereda empinada, por que no fui yo quien te acompañó, fuiste tú quien me llevó y me mostró un lugar maravilloso, tan maravilloso como lo fuiste tú .

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